Porque sueño

Porque sueño yo no lo estoy. Porque sueño, sueño, porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día. Porque no amo, porque me asusta amar. Ya no sueño, ya no sueño, ¡ya no sueño!... ya-no-sueño. A ti, la Dama, la audaz melancolia que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciendolas al tedio, tú que atormentas mis noches con mis sueños cuando no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de una sombra de la mentira que tú misma me habías obligado a oir. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio, y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad. E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados.

Fragmento de L'avalé des avales de Réjean Ducharme leído en Léolo de Jean-Claude Lauzon

domingo, 30 de agosto de 2009

Retrato de un bosque en la lluvia

¿Alguna vez has estado en medio de un bosque en plena lluvia? Empieza con una densa neblina que se esparce por las zonas a tu alrededor. Te sientes embriagado de ese frío turbio que se mezcla con gotas de agua. Tus ojos no alcanzan a ver muy lejos, la lontanaza son los cinco metros de árboles, las pestañas de rocío y claro, esos incontables versos que dibuja la llovizna con cada gota que cae en derredor.
Bajo tus pies hay agua fluyendo, esparciéndose con tierra muchas veces. Caminas y el vital líquido empieza a resvalarse por todo tu cuerpo, entre tus cabellos, tu espalda, tu rostro y por cualquier otro rincón que deje tocarse. Y pese al hecho de las dotras que producen sensaciones simultáneas no puedes dejar de sentir cada uno de los roces que recorren tu piel silenciosamente y se cuelan por entre los poros. Contemplas a los guardianes argos que conforman el bosque, incólumes, frondosos, apacibles, callados, ausentes, distantes entre tú y la lluvia. Las gotas forman cantos, susurros, mezcla de melancolía y soledad, de letanías y añoranzas, de estoicismo y desaprensión, de Debussy y Piazolla.
Puedes gritar confiándole tus palabras a la atmósfera. Puedes azorarte de la escena pero al final y de cualquier manera una impavidez cubre tu rostro, no podrías estar de otra forma; el espacio te conmueve y te alegras de estar ahí -de poder estar ahí- en ese efímero momento de lluvia.

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