¿Alguna vez has estado en medio de un bosque en plena lluvia? Empieza con una densa neblina que se esparce por las zonas a tu alrededor. Te sientes embriagado de ese frío turbio que se mezcla con gotas de agua. Tus ojos no alcanzan a ver muy lejos, la lontanaza son los cinco metros de árboles, las pestañas de rocío y claro, esos incontables versos que dibuja la llovizna con cada gota que cae en derredor.
Bajo tus pies hay agua fluyendo, esparciéndose con tierra muchas veces. Caminas y el vital líquido empieza a resvalarse por todo tu cuerpo, entre tus cabellos, tu espalda, tu rostro y por cualquier otro rincón que deje tocarse. Y pese al hecho de las dotras que producen sensaciones simultáneas no puedes dejar de sentir cada uno de los roces que recorren tu piel silenciosamente y se cuelan por entre los poros. Contemplas a los guardianes argos que conforman el bosque, incólumes, frondosos, apacibles, callados, ausentes, distantes entre tú y la lluvia. Las gotas forman cantos, susurros, mezcla de melancolía y soledad, de letanías y añoranzas, de estoicismo y desaprensión, de Debussy y Piazolla.
Puedes gritar confiándole tus palabras a la atmósfera. Puedes azorarte de la escena pero al final y de cualquier manera una impavidez cubre tu rostro, no podrías estar de otra forma; el espacio te conmueve y te alegras de estar ahí -de poder estar ahí- en ese efímero momento de lluvia.
domingo, 30 de agosto de 2009
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lindo.
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